Comentario
El proceso de decantación clasicista constatado en los ambientes artísticos españoles durante el período carolino, culmina en el reinado de Felipe II con la adopción del Clasicismo como lenguaje oficial de la monarquía. Mucho tuvo que ver con este fenómeno el propio monarca que, por su formación, conocimiento de los temas de arquitectura y su vasta cultura, quiso rodearse, desde joven, de una legión de artistas, que no siempre supieron adaptarse a sus deseos, pero que consiguieron que el arte español del último tercio del siglo XVI sintonizara con el arte de la Contrarreforma y con los más altos intereses de la institución monárquica. En este sentido, el Monasterio de El Escorial, lugar donde se da una perfecta combinación de lo práctico y lo simbólico, entre lo sagrado y lo profano, se convierte en el ejemplo más fidedigno de la cultura de una época y en el mejor exponente de la Contrarreforma católica. A su sombra se fue definiendo un arte de corte, inspirado en los principios del clasicismo más severo, que formulado por Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera, los Leoni y un nutrido grupo de artistas españoles e italianos lograron extender estos ideales a otros ambientes no oficiales, eclipsando en cierta medida, la multiplicidad de opciones que habían caracterizado el arte de las décadas anteriores.
Sin embargo, la vinculación de ciertos sectores de la Iglesia y de la mayoría de sus fieles a las corrientes emocionales más expresivas, potenciaron ciertas actividades tradicionales como la construcción de grandes retablos, donde se combina la monumentalidad clásica con el patetismo propio de la escultura devocional y permitieron desarrollar un arte de contenido emocional, que tiene en la obra de Luis de Morales y, sobre todo, de El Greco sus manifestaciones más singulares. Con todo, los ideales del clasicismo cortesano pronto se extendieron por España y América, inspirando los primeros tanteos del arte del siglo XVII que se orientaba hacia las formulaciones del Barroco.